Después de colocar la ropa y tirar en bolsas de basura la anterior, me dispuse a hacer la cena a Sergio, y de paso, tener algo en mi estómago. No tenía muchas ganas de preparar nada especial y había un poco de pollo en la nevera, asique lo saqué y lo metí en el horno. Mientras se calentaba la cena y hacía tiempo hasta que viniese Sergio, decidí subir las escaleras y darme una ducha relajante. Me desvestí y puse la ropa usada en el cesto del baño de mi habitación, hasta que quedé completamente desnuda. Puse una toalla pequeña, en el suelo, para apoyar los pies al salir de la ducha. Cogí la toalla grande, la puse encima de la taza del váter y entré en la ducha. Vi que había gel de coco y champú de frutas, los productos que siempre uso. Empecé a notar el agua caliente cayendo por mi cabello y recorría mi cuerpo con gotitas pequeñas. Comencé a pensar en cómo sería mi vida a partir de ahora, estando en una ciudad que no me gusta ni el tiempo, ni el lugar. Salí de mis pensamientos con el sonido de unas llaves. Me acordé que tenía la cena en el horno y que las llaves indicaban que Sergio acababa de llegar. Me aclaré el gel y salí deprisa de la ducha. Me sequé rápidamente con la toalla que puse antes en la taza del váter. Volví a la habitación, dejando la puerta del baño abierta para que se ventile un poco y se vaya el vaho provocado por el agua caliente. Me puse un pijama color morado, mi favorito. La parte de arriba era de tirantes y tenía estrellitas amarillas. La parte de abajo era un pantalón corto que llegaba hasta por encima del muslo.
-Catia, ¿estás en casa?- gritó Sergio al pie de las escaleras.
-¡Sí!, ahora mismo bajo papá- grité mientras me ponía la parte de abajo.
Me puse una bata de felpa que me quedaba por debajo de las rodillas. Solo tenía calefacción en mi habitación y en la de Sergio, el resto de la casa era muy fría. Me coloqué las zapatillas de casa y bajé corriendo las escaleras, cerciorándome de no caerme. Sergio estaba sentado en la mesa de la cocina. Fui deprisa hacia el horno y saque los dos cachos de pollo que aparté para mi padre y para mí. Serví los platos en la mesa y me senté.
-¿Qué tal la primera tarde en Sevilla?- preguntó Sergio rompiendo el silencio.
-Bien, aquí en casa, cambiando la ropa- respondí con pocas ganas de hablar.
-Bueno, mañana tienes clase, ya verás cómo haces muchos amigos- dijo demasiado contento.
-Sí, puede que tengas razón- dije con una media sonrisa y fingiendo felicidad.
No volvimos a decir nada en lo que quedaba de cena. Cuando vi que Sergio rebañaba la última gota de salsa y dejaba el plato encima de la mesa de nuevo, me levanté y recogí los platos vacíos. Sergio se levantó y se puso a ver el partido en el salón. Comencé a fregar los platos, muy lentamente. No quería que la mañana llegara. Solo de pensar que tengo instituto y ser la nueva me pone los vellos de punta.
Terminé demasiado rápido para mi gusto en fregar los dos únicos platos de la cena. Aunque estuviera fregándolos una y otra vez seguiría terminando demasiado pronto. Decidí dejar de rayar los platos y los coloqué. Dije adiós a Sergio, él me correspondió el saludo con la mano, y me subí corriendo a mi habitación. Fui a recoger lo que había dejado en el baño, como toallas, el gel, el champú… y cerré la puerta, ya que el vaho se había quitado del lugar y de los cristales. Empezó a entrarme sueño, y entre cansada del viaje, la paliza que me metí con el armario y que al día siguiente tenía que madrugar, me dirigí hacia la cama, me acosté y me tapé hasta la cintura. Cuando me quise dar cuenta ya estaba durmiendo profundamente.
Me desperté con los primeros rayos de luz que entraban por mi ventana. Abrí los ojos y vi que el cielo estaba oscuro. Si no es porque hay claridad pensaría que todavía es de noche, aunque tuviese las ganas de que sea así. Me levanté y me dirigí hacia la ducha para despertarme y espabilarme. Después de salir de la ducha volví a la habitación y rebusqué en el armario, con cuidado de no descolocarlo. No quería haberme pegado la paliza ayer para nada. Cogí unos pantalones vaqueros estrechos, haciéndome juego con una camiseta azul marino con un dibujo de un círculo en el centro. Me calcé mis converses negras, y, con la cazadora de una mano y la mochila en la otra, bajé las escaleras para desayunar. Cuando bajé, Sergio me había dejado una nota:
“Caterina, quería darte la bienvenida como te mereces, pero al no despertarte a tiempo me tengo que perder tu reacción. Fuera tienes un coche de la marca Renault para que puedas ir al instituto sin necesidad de ir andando. Espero que te guste. Te quiere. Papá”.
No me lo podía creer, asique con tostada en mano, abrí la puerta de la calle y vi un coche grisáceo tirando a negro o viceversa. Dentro de mi asombro, era perfecto. Volví a entrar en casa para poder desayunar tranquila, aunque aún seguía estando en shock.
Terminé de desayunar y me metí en el coche. La verdad me encantaba. Metí la llave en el contacto y giré para que arrancara. Subí una palanca para dar marcha atrás, presionando a la vez el embrague. Frené y metí primera, presionando otra vez el embrague a la vez que metía la marcha. Empezó a ir hacia delante muy suave, hasta que metí segunda y fue más rápido, pero no mucho. Después de maniobrar y dirigirme hacia la carretera, me fui dirección al infierno, es decir, al instituto.
Llegué y estaba el aparcamiento casi lleno. Encontré un sitio cerca de la entrada del aparcamiento, pues los demás sitios estaban ocupados. Salí del coche y me dirigí hacia la oficina de secretaria. No tenía ni idea qué clases me tocaba. Me dieron una suscripción y un mapa. Espero no tener que usarlo todo el curso. Mientras iba mirando el mapa, iba caminado para saber por dónde iba, pero siempre tengo que meter la pata y no ir mirando donde debo mirar.
-¡Uy!, perdón, iba distraída- dije mirando hacia el suelo por la vergüenza.
-No te preocupes, yo tampoco iba muy atento- me contestó una voz aterciopelada que me recorrió todo el cuerpo.
Miré hacia arriba, aun con la vergüenza en mi rostro, pero con la curiosidad de ver cómo era ese chico con una voz tan maravillosa.
Me quedé estupefacta. No podía creer lo que veían mis ojos. Era terriblemente guapo. Y yo una torpe que no sabía ni caminar. Era alto, de piel fina y blanca, ojos color esmeralda y el pelo color castaño bronce. Era el ser más guapo que había conocido en mi existencia y lo envidiaba por eso.
-¿Te encuentras bien?- preguntó el muchacho guapo que me sacó de mi ensimismamiento.
-eh….si, no te preocupes. Estoy ya acostumbrada a ser así de torpe- dije aun con la vergüenza en mi rostro.
-No te tortures, no pasa nada. Yo también soy un poco despistado. Bueno, me marcho. Cuídate- me volvió a decir con su voz aterciopelada que me volvía loca. Yo solo pude decirle adiós.
Me fijé y no estaba sólo. Iba acompañado de dos chicos y dos chicas más. Las chicas eran guapas e igual de piel fina y blanca. Una era más hermosa que la otra. Rubia, alta, pelo largo y espectacular figura. La otra, más bajita que la rubia, pelo moreno corto, terminado en puntas a los laterales y hacia abajo. Los chicos tenían el mismo tono de piel y la misma textura. Uno era alto, fuerte, musculoso, de pelo moreno y ojos negros. El otro era rubio, pelo por las orejas, ojos azules y más delgado pero no menos fuerte ni fibroso. El chico del pelo broncíneo también tiene pinta fuerte pero sin músculos, tenía el cuerpo parecido al chico rubio. Para mí el más guapo que he visto en toda mi existencia.
domingo, 28 de noviembre de 2010
sábado, 27 de noviembre de 2010
Capítulo 1 : Empezar de Nuevo
Era un día cualquiera y yo acababa de llegar de la ciudad. Todo era nuevo para mí. He dejado a mis amigos de toda la vida, a mi novio; ahora ex, que no es el amor de mi vida pero lo quiero, y con el más dolor de mi corazón tuve que dejarlo marchar; o mejor dicho, dejar marcharme a mí. Los echaré mucho de menos. Yo no soy muy buena haciendo amigos, pero al fin y al cabo, termino siempre teniéndolos.
Estoy en Sevilla y vengo a vivir con mi padre por un tiempo indefinido. No me hace mucha gracia pero hay que conformarse con lo que hay, que no es poco. Eso lo aprendí por tener que cuidar de mi madre durante mucho tiempo, en vez de ella a mí.
Me despedí de mi adorable madre en el aeropuerto de Canarias. No me gustan mucho las despedidas, pero bueno, era la “última voluntad” de mi cabezona madrecita. También la echaré mucho de menos, aunque sea muy en el fondo de mí ser.
Llegué a Sevilla y Sergio me estaba esperando en el coche. Me abrió la puerta del copiloto y me senté, el rodeó el coche y se sentó en el asiento del conductor. Era un camino un poco largo desde el aeropuerto hasta casa, al menos que yo recuerde.
Le llamaba Sergio por problemas que tuve en mi infancia, que ahora no quiero recordar. Siempre delante de él, le llamo papá; pues no le gusta que le llame por su nombre. Dice que es más frío.
- Caterina, ¿qué tal el viaje?- me sacó Sergio de mis propios pensamientos. Era el único que me llamaba Caterina, y por más que le repetía que me llamara Catia, no me hacía caso.
- Bien, largo- contesté yo con desgana.
- ¿Qué tal está tu madre?
- Bien, como siempre, ya sabes
- Ya- dijo él con un poco de tristeza en la voz.
El resto del camino lo hicimos en silencio. Aunque no era incómodo, era muy normal entre nosotros. Eso es lo bueno de Sergio, nunca te atosiga y en algo tengo a quien parecerme. No somos muy habladores.
Llegamos a casa y no tardé mucho en subir mis cosas a mi habitación, la que ha sido siempre. Pasaba todos los veranos en esta ciudad asique no ha cambiado mucho. Mi cama a la izquierda, mi escritorio a la derecha y al fondo la ventana. En el mismo extremo de la ventana, hacia la derecha, hay una puerta; ahí tengo un baño. Dejo mis cosas encima de la cama y me dirijo hacía el baño. También sigue todo como estaba. En la esquina izquierda del fondo está la ducha, con la mampara cerrada y colgando una toalla. Al lado está el váter y al lado de la puerta hay un lavabo con un espejo grande, pero no ocupa toda la pared. Me miré al espejo y me horroricé al verme, como es de costumbre. Mis pelos, por el aire, estaban despeinados y tenía un poco de ojeras por no poder dormir la noche anterior; también como de costumbre. Me lavé un poco la cara y las manos y me sequé con la toalla que está a la derecha del lavabo. Salgo del baño y cierro la puerta al salir. En el escritorio hay un ordenador de sobremesa. Me lo compró Sergio para poder estudiar en el verano cuando no tenía clases. Ahora que cambio de instituto, amigos y demás… no sé si lo necesitaré.
Echaré de menos Canarias. La playa, las fiestas, mis grandiosas amigas hormonadas… Todo.
Cojo la mochila y empiezo a deshacer lo que tengo dentro. Saco toda la ropa, que no es mucha; ya que el resto es de manga corta y creo que aquí no voy a necesitarla, al menos por las mañanas, y la pongo encima de la cama para empezar a doblarla y guardarla en el armario. Tengo trabajo por delante porque tengo que quitar toda la ropa de hace casi años y que nunca me he atrevido a tocar; ya que me daba mucha pena el deshacerme de toda, pero ahora no queda más remedio. Ya no me vale nada. Voy a tener que ir de compras alguna tarde, por mucho que lo odie, y comprarme algo. No sabía cuanta ropa me iba a entrar en la maleta y cuanta tenía en este armario, asique me traje lo esencial. Ahora por mi estupidez, tengo que estar toda una lenta y pesada tarde de compras para tener con que cambiarme y combinar las cosas. Sabía que iba a tener una tarde muy movidita.
Estoy en Sevilla y vengo a vivir con mi padre por un tiempo indefinido. No me hace mucha gracia pero hay que conformarse con lo que hay, que no es poco. Eso lo aprendí por tener que cuidar de mi madre durante mucho tiempo, en vez de ella a mí.
Me despedí de mi adorable madre en el aeropuerto de Canarias. No me gustan mucho las despedidas, pero bueno, era la “última voluntad” de mi cabezona madrecita. También la echaré mucho de menos, aunque sea muy en el fondo de mí ser.
Llegué a Sevilla y Sergio me estaba esperando en el coche. Me abrió la puerta del copiloto y me senté, el rodeó el coche y se sentó en el asiento del conductor. Era un camino un poco largo desde el aeropuerto hasta casa, al menos que yo recuerde.
Le llamaba Sergio por problemas que tuve en mi infancia, que ahora no quiero recordar. Siempre delante de él, le llamo papá; pues no le gusta que le llame por su nombre. Dice que es más frío.
- Caterina, ¿qué tal el viaje?- me sacó Sergio de mis propios pensamientos. Era el único que me llamaba Caterina, y por más que le repetía que me llamara Catia, no me hacía caso.
- Bien, largo- contesté yo con desgana.
- ¿Qué tal está tu madre?
- Bien, como siempre, ya sabes
- Ya- dijo él con un poco de tristeza en la voz.
El resto del camino lo hicimos en silencio. Aunque no era incómodo, era muy normal entre nosotros. Eso es lo bueno de Sergio, nunca te atosiga y en algo tengo a quien parecerme. No somos muy habladores.
Llegamos a casa y no tardé mucho en subir mis cosas a mi habitación, la que ha sido siempre. Pasaba todos los veranos en esta ciudad asique no ha cambiado mucho. Mi cama a la izquierda, mi escritorio a la derecha y al fondo la ventana. En el mismo extremo de la ventana, hacia la derecha, hay una puerta; ahí tengo un baño. Dejo mis cosas encima de la cama y me dirijo hacía el baño. También sigue todo como estaba. En la esquina izquierda del fondo está la ducha, con la mampara cerrada y colgando una toalla. Al lado está el váter y al lado de la puerta hay un lavabo con un espejo grande, pero no ocupa toda la pared. Me miré al espejo y me horroricé al verme, como es de costumbre. Mis pelos, por el aire, estaban despeinados y tenía un poco de ojeras por no poder dormir la noche anterior; también como de costumbre. Me lavé un poco la cara y las manos y me sequé con la toalla que está a la derecha del lavabo. Salgo del baño y cierro la puerta al salir. En el escritorio hay un ordenador de sobremesa. Me lo compró Sergio para poder estudiar en el verano cuando no tenía clases. Ahora que cambio de instituto, amigos y demás… no sé si lo necesitaré.
Echaré de menos Canarias. La playa, las fiestas, mis grandiosas amigas hormonadas… Todo.
Cojo la mochila y empiezo a deshacer lo que tengo dentro. Saco toda la ropa, que no es mucha; ya que el resto es de manga corta y creo que aquí no voy a necesitarla, al menos por las mañanas, y la pongo encima de la cama para empezar a doblarla y guardarla en el armario. Tengo trabajo por delante porque tengo que quitar toda la ropa de hace casi años y que nunca me he atrevido a tocar; ya que me daba mucha pena el deshacerme de toda, pero ahora no queda más remedio. Ya no me vale nada. Voy a tener que ir de compras alguna tarde, por mucho que lo odie, y comprarme algo. No sabía cuanta ropa me iba a entrar en la maleta y cuanta tenía en este armario, asique me traje lo esencial. Ahora por mi estupidez, tengo que estar toda una lenta y pesada tarde de compras para tener con que cambiarme y combinar las cosas. Sabía que iba a tener una tarde muy movidita.
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