martes, 29 de marzo de 2011

Capítulo 8 : Sin Darse Apenas Cuenta

Me quedé perplejo en el sofá durante unos segundos. Lo que acababa de pasar apenas unos minutos, no estaba seguro si de verdad había pasado. No solo Catia llamaba a mi puerta, sino que sin querer; o queriendo, no sé muy bien cómo definirlo, nuestros labios se rozaron.
Sin entender del todo, no comprendía por qué me fui acercando poco a poco a ella. Como si un imán me atrajera, no podía despegar mis ojos de sus ojos, de su boca… escuchar su respiración acompasada y, discretamente, agitada en pequeños espacios de tiempo.
Aún no sabía por qué en mi rostro se ubicaba una sonrisa tonta. Solo deseaba volver a verla y… volver a rozar sus labios.

Padecía de hiperactividad, ya que no paraba de moverme por la casa. Tenía sueño, pero no quería dormir. Intenté ver un poco la televisión, leer y estudiar. Nada. No podía pararme quieto. Seguía con mi sonrisa estúpida de enamorado… ¿Enamorado? Nunca lo he estado. O sí. Una vez. Tania. Ella era todo para mí, y se esfumó. Un buen día ella se marchó sin decir a donde, ni por qué. Me estaba poniendo triste, así que sacudí la cabeza y los malos pensamientos volaron. Al instante, regresaron los de Catia. Hoy se encontraba muy guapa. Sin necesidad, me entraron ganas de volver a verla. Y qué manera más rápida de que pase el resto del día, que durmiendo. Me marché a la habitación y me tumbé. Con la sonrisa aun en mi rostro, me costó conciliar el sueño precisamente por el mismo motivo por el que me fui a acostar, pero al fin lo conseguí. Me adentré en un maravilloso sueño. Catia y yo íbamos por los pasillos del instituto, de la mano. Estábamos muy felices. Sentía un cosquilleo en mi mano y mi estómago. Percibía algo mágico que me recorría todo el cuerpo, y al parecer Catia también; pues alrededor de ella se veía luces de colores, como una neblina espesa multicolor. Nos agarramos con las dos manos, nos acariciamos, sonreímos y nos miramos. Sus ojos tenían una luz que dejaba entrever el poder de su mirada, del amor que profesaba hacia mí. Nos íbamos acercando, poco a poco. Nos encontrábamos a escasos milímetros uno del otro. Notaba su respiración en mi cara, agolpándome las ideas; dejándome un poco aturdido. Más y más cerca, mucho más. Poco espacio entre nosotros. Las manos entrelazadas, respirando el aliento del otro y… ¡Zas! Al tocar sus labios… me desperté.


Me incliné en la cama. Sudoroso. No entendía nada de aquel sueño. Una niebla espesa alrededor de ambos como el sentimiento mutuo de los dos. No podría ser que sintiera ya algo por ella. ¿Sería amor a primera vista? ¿Solo una alucinación o capricho del corazón? No lo sabía y tenía que averiguarlo.
Me recosté e intenté dormir de nuevo. Tardé unos minutos y quedé profundamente dormido.


A la mañana siguiente me levanté hecho un cristo. Los pelos alborotados y ojeras hasta las rodillas. Legañas pegadas a mis ojos, pero con ganas de llegar al instituto para verla.
Salí de casa y me cogí el coche con rumbo a mi destino, por llamarlo de alguna forma. Con las prisas y la velocidad que llevaba, no tardé mucho en llegar. La suerte estaba de mi lado. Divisé a lo lejos, como llegaba Catia al poco rato de haber aparcado mi coche en el parking. Salió del coche a ritmo pausado. Sin pensármelo dos veces, me dirigí hacia ella. Al verme, aceleró el paso y cogió ventaja. Entró a los pocos minutos en el instituto y me quedé paralizado, parado y clavado en el asfalto como tonto. Reaccioné rápido y di media vuelta hasta la entrada del edificio. La busqué por todos lados; sin resultado alguno.

Sonó el timbre, indicando que había que entrar en el aula para comenzar la clase. Me senté en mi pupitre, esperando a que ella apareciera. Es muy raro que faltara a clases. Algo sucedía. Justo en ese momento, entró la profesora. Al sentarse, me levanté de mi silla y me dispuse a ir al escritorio donde se sienta el profesorado en cada clase.

- Perdone, ¿puedo salir un momento?
- Si es para ir al baño, ha tenido tiempo suficiente antes del comienzo de la clase. Siéntese, por favor- habló calmada y fría.
- No es por eso. Mi compañera no ha venido a clase. Se encontraba indispuesta. ¿Podría ir a buscarla y traerla de vuelta?- lo dije tan convencido, que hasta yo me lo creí. Nunca habría hecho estas cosas por alguien, y menos por una chica. Pero es ella, y necesito hablar sobre ayer cuanto antes.
- Está bien. En cuanto la encuentre, vuelvan al aula. Puede salir y así dejarme comenzar con la asignatura- farfulló molesta.

Con un asentimiento de cabeza, salí disparado de esas cuatro paredes. Era una buena manera de perder la clase de filosofía. Tendría que estar en un baño, pues si está vagabundeando por los pasillos, la obligarían a entrar en clase. Si no se encuentra ahí, estará fuera. Se habría marchado cuando yo aún la buscaba dentro.

El recinto tenía varios baños en cada planta. Poseía tres plantas, incluyendo el bajo; por donde se entra. Me recorrí los primeros baños, los de abajo del todo. Ni rastro. Subí al que sería el primer piso. Nada. Por último, subí las escaleras del segundo piso. Entré en el baño de chicas. En estos momentos, no me daba vergüenza porque no había nadie en los pasillos ni dentro del urinario, solo ella y alguna posible profesora.
Miré por las rendijas de debajo, observando que era la única puerta que se encontraba cerrada. Esperé, apoyado en el lavabo mirando la puerta. A los pocos minutos se abrió. Era ella. Tenía el semblante extrañado, confuso y un poco molesto por la intimidad invadida. Reaccioné y preví sus movimientos antes de interactuarlos. Se iba a cerrar de nuevo, cuando yo adelanté un pie entre el marco de madera y la puerta. Por el gran esfuerzo, me hizo daño; sin conseguir reprimir el dolor y exagerándolo un poco, grité. Se asustó y vi mi oportunidad para adentrarme del todo en aquel habitáculo reducido. Nada más entrar, me apoyé en la puerta, haciendo fuerza y obstáculo para que ella no saliera.

- ¿Me dejas salir?- preguntó ofuscada.
- No hasta que me lo pidas por favor- decidí jugar un poco con Catia.
- ¿Me dejas salir, por favor?- intentó sonar amable, pero tanto ella como yo, sabíamos que no fue así.
- Hasta que no me digas qué te pasa, nada.
- ¿Y qué quieres que te diga?- alzó la voz inconscientemente.
- La verdad- respondí calmado y con una sonrisa en mi rostro.
- No sé qué verdad te voy a contar- bufó
- De por qué vienes anoche a casa para pedirme perdón, y ahora no quieres ni mirarme a la cara- dije todo eso de forma pausada, relajada y subiéndole la cabeza por su barbilla con mi mano para que me mirara a los ojos.
- Pues no lo sé,- agitó los brazos histérica y subió aún más el tono de voz, esta vez adrede- estoy confusa- y gritó más-. No quiero volver a soñar contigo, pero cuando te enfadaste conmigo se me rompió algo aquí dentro- chilló como si la vida se le fuese en ello, señalando su pecho y después se calló quedándose como en shock, sin creerse lo que acababa de confesar.

Entre el dolor de cabeza que se me había producido por sus gritos cerca de mi tímpano, la confesión arrebatadora y para nada imprevista, y las ganas enormes que surgían dentro de mí, me impulsé hacia ella, la agarré de sus mejillas; posando mis palmas en sus carrilleras y juntando sus labios con los míos. Notaba la furia, el aroma y el dulce que desprendía su boca, su lengua… No quería despegarme jamás de aquel maravilloso placer que era sentir tocando su boca con la mía. Aquel contacto me quemaba como me calmaba. Y quería más, y más, y mucho más. Ella quería quitarse, yo no la dejaba. Succionaba, saboreaba y bailaba con su lengua, jugueteando como un niño con un caramelo de su sabor favorito. Y decidí quedarme así durante unos minutos, o puede que más.